A los Cinco vientos

Allá arriba, en la más alta cumbre de la Cordillera de los Andes, en el cielo de la justicia terrestre, donde la libertad es un cuerpo de gritos y movimientos, todo está blanco, helado, desolador. Alcides ya no cuenta con sus manos, moradas, hinchadas. Siente que pronto van a explotar. No lucen ensangrentadas por fuera, ni por dentro. Hace rato, el perverso congelamiento bloqueó las rutas de su circulación. Santiago lo mira. Y vomita. Las fotos mienten, la belleza no es tal. Sobre los huesos y la humanidad, siempre pesan igual el frío y la soledad. Pero en la cumbre de la resistencia, espera la gloria, para los hombres que no abandonan el peso de la memoria.
“Subimos al Aconcagua para exigir justicia y, tras 14 días, sin oxígeno y a 30 grados bajo cero, el cuerpo casi congelado nos dijo basta. Pero pudimos seguir, porque lo único que te lleva a la cumbre son los ideales”, asegura Alcides Bonavitta, un montañista neuquino que el último 9 de enero sólo miraba a su compañero, Santiago Vega. “Y lo veía deshidratado, vomitando sin parar. Su vida estaba en riesgo, y yo no sentía las manos, aunque me las mordiera. Ahí, pensamos en Los Cinco. Y avanzamos, hasta ver la curvatura del planeta… No pude ni llorar. Pensé en ellos, en Fidel, en Raúl, en mi familia. Y me puse a gritar.”
Santiago vómito y vomitó, hasta que dejó de vomitar, a los 6300 metros, “sin más líquido, con náuseas y ardor. Me había hidratado derritiendo nieve, pero la térmica era terrible y, cuando se me cerraban los ojos, veía alucinaciones”. Ya dos veces había claudicado en el Aconcagua, pero esta vez reforzó el motor, con cinco cubanos de fuerza: “Había que luchar, por Los Cinco Héroes, prisioneros del imperio.”
¿Por quiénes? ¿Por qué héroes? ¿Por qué presos?...

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