Palabras Más, Palabras Menos *

El Sur también existe

Casi ni existen diferencias entre los suburbios de Pompeya y los de Lanús (su par del Gran Buenos Aires). Hambre, desesperación, desolación, inseguridad, desesperanza, miseria (en su connotación más cruda), impotencia, ilusión que día a día se transforma en desilusión, enfermedad, muerte. Palabras más, palabras menos, todas y cada una de ellas hacen referencia a lo mismo: la pobreza y la indigencia. Día a día la avenida Amancio Alcorta, que recorre los barrios porteños de Barracas, Parque Patricios y Pompeya, es una espectadora de lujo de uno de los paisajes más tristes de la ciudad. Las construcciones bajas permiten que el sol naciente de la primera mañana comience a calentar el asfalto, que en pocas horas será transitado por miles de vehículos (en su mayoría camiones). Una vez que llegamos al cruce con la Avenida Sáenz, a nuestra izquierda podemos observar una de las más impresionantes estructuras arquitectónicas de principios del siglo XX: el Puente Alsina. Desde finales de la infame década del ’30, esta imponente masa de hierro atraviesa la mierda (en estado puro) hecha riacho, y conecta dos realidades muy distintas y parecidas a la vez: la Capital Federal con el Gran Buenos Aires.
La avenida Remedios de Escalada hace de continuación de la ya mencionada Sáenz. Ya estamos en el partido de Lanús, donde cerca de 500 mil habitantes y seis localidades conviven día a día[1]: Gerli, Remedios de Escalada, Monte Chingolo, Valentín Alsina, Lanús Este y Lanús Oeste. La última de todas, que limita en su totalidad con la Capital Federal, presenta uno de los panoramas más desoladores que jamás haya imaginado. Villa Diamante es un de los tantos barrios que forman esta localidad. Allí conviven dos realidades muy diferentes que tienen mucho que ver entre sí: la industria y la pobreza. Desde los tiempos de la Revolución Industrial en el continente europeo, la industrialización trajo muchas ventajas, pero las desventajas que ocasionó fueron de una gravedad superlativa. Por supuesto nuestro país tercermundista no iba a ser la excepción. Monstruosas fábricas de lo que uno pueda imaginar “invaden” una parte del barrio. Ya el paisaje no es como el que presentan las villas convencionales. Las construcciones siguen siendo bajas, pero en lo alto se observan las cúpulas de aquellas grandes chimeneas que (en los días soleados) no dejan a uno ver si el cielo es celeste o gris. Pero no es la única forma de contaminación. Todos los desagües van a parar al mar negro del subdesarrollo, al inodoro del Sur, a la bolsa de residuos de generaciones. “No a las papeleras” retumbó durante largos meses en nuestros oídos, pero a tan solo veinte minutos de este salón, un conflicto casi idéntico no es considerado siquiera un conflicto. “Acá en la villa no tenemos cloacas, el día que las coloquen el problema de la contaminación se va a acabar”, repiten uno a uno los dueños de las curtiembres cuando se los acusa de contaminar. Si hay algo en lo que somos especialistas los argentinos, es en taparnos los ojos. Algunos lo hacen debido a las porquerías que flotan en el ambiente, y otros solo por no considerarse parte de un mundo tan real como inimaginable. “Yo subo los vidrios de mi 4 x 4 y no veo lo que pasa afuera”, dijo la “diva” de los argentinos Moria Casán, quién paradójicamente fue candidata a diputada para defender los intereses de las mujeres que menos tienen, un clon de Evita. Pero no hay dudas que la culpable de los males de las villas no es esta señora ya entrada en edad. Desde que la historia es historia, los políticos que nos gobernaron se aprovecharon de la desesperación de los pobres para ganar votos[2]. Les conviene que existan, así como les conviene que cada vez sean más. Cuantos más pobres, más gente para manipular. Démosle alpargatas en lugar de libros entonces, no sea cosa que piensen y se den cuenta del plan de fondo. Un poco de todo esto reúne la parte (más) pobre de Villa Diamante.
No quiero caer en la simple descripción de un lugar ya tantas veces descrito, pero resulta inevitable. Es imposible hablar de estos (con suerte) modestos asentamientos sin mencionar los angostos pasillos de tierra que, comparados con los callejones internos, cumplen la función de la 9 de julio en el microcentro porteño. Tierra de nadie, dicen algunos, y tienen alto grado de razón. La droga, la prostitución[3] y la delincuencia son las vedettes del lugar. Así como Inglaterra es la cuna del rock, Argentina tiene el atroz encanto de haber masificado la falopa más destructiva de todas: el paco. Pero sin lugar a dudas, si se entregase un Martín Fierro al barrio más inseguro, Villa Diamante estaría en la terna. Esta villa miseria, a diferencia de otras, no es tan grande pero es el paso obligado para toda la gente que se abastece de sus fábricas. Que a su vez no pueden operar en otro lado por no tener donde tirar sus desechos. Un círculo vicioso del que dudo que se pueda salir. Mejor ni contar lo que pasa cuando ya el sol no alumbra y la luna se apodera del lugar. Pero como en todas las villas, no todos allí son delincuentes…


"Cuando rajés los tamangos buscando ese mango que te haga morfar...La indiferencia del mundo que es sordo y es mudo recién sentirás.", Enrique Santos Discépolo.

"Es mejor caminar descalzo que robando zapatillas.", Ernesto Guevara.

El hombre suburbano

No todos allí son delincuentes. En uno de los tantos asados en los que tuve la suerte de participar gracias a mi trabajo, conocí a una persona muy particular. El “flaco” para los conocidos (y para los no también) tiene lugar de residencia en Florencio Varela, pero debe ser una de las personalidades más salientes de Villa Diamante. No hay fábrica donde no haya trabajado. Siempre que se menciona al “flaco”, las palabras de admiración y respeto se suceden. Se levanta a las cinco de la mañana todos los días (excepto los domingos), se toma el tren junto a su bicicleta y tiene que esperar dos horas para llegar a destino, de ahí unos veinte minutos a puro pedaleo lo separa de la primera fábrica donde trabaja. Ya a las siete y media de la mañana (cuando la gran parte de nosotros todavía duerme) empieza a trabajar sin parar hasta el mediodía, momento en que se toma unos minutos para almorzar y dirigirse a la otra fábrica donde desempeña su labor. Recién cerca de las siete de la tarde termina su jornada y está en condiciones de emprender su regreso a casa en los tan confortables trenes argentinos. Son más las horas que está fuera de su casa que las que está dentro, y sin embargo se hace tiempo para educar a sus hijos. Tantas veces se ve gente quejándose por, perdón por el término, reales pelotudeces (entre los que me incluyo), y el “flaco” que vive en condiciones de vida que distan de ser las básicas, tira siempre para adelante. Una vez lo escuché decir una frase que todavía hace eco en mi cabeza: “hay tanta gente que no tiene trabajo, y yo a falta de uno tengo dos, no tengo porqué quejarme, estoy agradecido de la vida que llevo”. Cada vez que puteo porque mi hamburguesa viene con condimento o porque mi computadora se tilda, esa frase vuelve. Yo que tendría que estar agradecido me quejo, y él que no tiene prácticamente nada (material, obviamente), agradece. ¿Vaya ironía no?
Son muchas las cosas que se pueden escribir acerca de la desigualdad y la pobreza, pero no dejan de ser palabras y lo que importan son las acciones. Sería relevante que si se escribe sobre el tema, también se tome conciencia. Porque si se escribe es porque está la posibilidad de ver la realidad, y si se ve, pienso que no hacer nada es una forma más de taparse los ojos.[4] Las palabras se las lleva el viento, y si no se las lleva, son palabras nada más. Palabras más, palabras menos.




[1] “Ya el hervidero de las calles tiene algo desagradable, algo contra lo cual la naturaleza humana se rebela. Estos centenares de millares de personas, de todas las clases y de todos los tipos que se entrecruzan ¿no son acaso todos los hombres con las mismas cualidades y capacidades y con el mismo interés de ser felices?. Walter Benjamín.


[2] “De ese hombre, del Presidente, está hablando una señora de cuarenta años (…) “Lo votamos, salimos de noche a pegar carteles. Para eso servíamos. Ahora no tenemos trabajo, les hablamos a los concejales y nada.”” Miguel Briante.

[3] “Modestas jóvenes que volvían de una larga y prolongada labor, hacia un hogar sin alegría y que retrocedían, más temerosas que indignadas, ante las miradas de los rufianes, cuyo contacto directo no podían evitar a pesar suyo. Prostitutas de todo género y edad…”. Edgar Alan Poe.

[4] “Sin embargo, aún pasará mucho tiempo antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y de callejeo” Roberto Arlt.

* Escrito por Negro Vázquez (estudiante de Ciencias de la Comunicación - Universidad de Buenos Aires)

1 comentarios:

  1. lorca -14 says

    me encanto el post sobre este importante tema que nos comboca a todos, la gente solo se preocupa de si misma sin importar que es lo que sienten los demas, por que ellos estan bien ganan dinero y no tienen que mortificarse tanto como el "flaco" que es uno mas de los humildes y esforsados trabajadores del mundo que solo quieren sobrevivir en este mundo lleno de desigualdades.
    xau


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